martes, 20 de diciembre de 2011

Cuentos de Navidad.

Por: Patricia del Rio
La manipulación es un mecanismo perverso que se utiliza para convencernos de algo. Nunca se manipula con pruebas o datos reales, sino con estrategias que tuercen nuestra voluntad. Entre las tácticas más comunes están: apelar a nuestros sentimientos, inculcarnos sentimiento de culpa, crear un problema y después ofrecernos su solución, convencernos de que la decisión a tomar es difícil pero inevitable, y muchas más. Pocas cosas dan tanta cólera como descubrirse manipulado, pero cuando esto ocurre suele ser demasiado tarde. 

El caso de la salud del ex presidente Fujimori es un clarísimo ejemplo que bien podría estudiarse en cursos de psicología de masas o de estrategias políticas (para no repetirlo, digo).

En primer lugar, la salud de una persona no depende del ánimo de la opinión pública ni de cuánta pena o rabia nos dé el enfermo en cuestión. Es un hecho comprobable, para el que se necesita convocar médicos independientes que presenten un informe creíble. Y hasta ahora nada de eso hemos visto. Están los familiares, las evaluaciones del Dr. Aguinaga, su médico de cabecera, y las elucubraciones de sus seguidores, todas personas que tienen legítimo derecho de estar preocupadas por cómo ha evolucionado la enfermedad de Fujimori pero cuya opinión dista mucho de ser confiable. Sobre todo si esta ha variado de manera tan drástica que se vuelve inverosímil.

Hasta hace menos de un año, por ejemplo, el Dr. Aguinaga ni siquiera era capaz de reconocer públicamente que el ex presidente Fujimori tenía cáncer. Hablaba de tumoraciones y lesiones, y era muy tajante al respecto. Hace pocos meses, en junio para ser exactos, el propio Fujimori reconocía ante cámaras que no tenía cáncer terminal. Por eso, Keiko podía argumentar, como lo hizo, durante toda la campaña, que de ser elegida presidenta no indultaría a su padre, que iba a seguir apelando legalmente su inocencia, que no echaría mano de la gracia presidencial que le permitía sacarlo de la cárcel. Hasta lo juró. Todos asumimos entonces que el ex presidente era una persona con la salud quebrantada, pero nadie hablaba de peligro de muerte.

Una vez que salió elegido Ollanta Humala el discurso cambió totalmente: Fujimori se convirtió en un paciente en fase terminal que debe ir a morir a su casa. Nos revelaron su depresión, nos recalcaron cuánto peso ha perdido, nos contaron que no quiere vivir, ni comer. La familia, ante un cuadro tan pavoroso que descubrió de golpe, a pesar de tratarse de uno de los enfermos de cáncer más monitoreados del Perú,  argumentó que ya no le importaba apelar al indulto, que lo obliga a reconocer su culpabilidad, con tal de verlo libre.

¿Se está muriendo o no Fujimori? No lo sé, y usted tampoco, y para el caso qué importa. Ese es el punto que debió estar clarísimo antes de que nos preguntaran si queremos o no que lo excarcelen. Hoy, en cambio, ya todo está mezclado, manoseado, manipulado y el ciudadano no puede más que sentirse un desalmado si no apoya su liberación. Sobre todo en Navidad, en que se supone debemos ser buenos y aprender a perdonar. La mesa está servida.

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JAIME ESPEJO ARCE