jueves, 27 de septiembre de 2012

Mentiras y verdades sin consecuencias


Escribe: Mirko Lauer
El tema de la verdad domina el escenario público. Un bien de primera necesidad ha sido convertido en una mercancía. Sobre todo las verdades secretas que de pronto saltan a la luz. De todas ellas las que más atraen son las verdades sin consecuencias, las que no nos obligan a actuar y nos mantienen en el efímero vacilón del descubrimiento.
Si la muchacha del programa de TV no hubiera sido asesinada, nada hubiera pasado. Pero ahora hay el sentimiento de que algo debe suceder a partir de allí, aunque no haya consenso sobre qué sería eso. Lo más probable es que no ocurra nada, y que el malestar público causado vuelva al espacio de los secretos culposos.
Uno de esos secretos a gritos es que vivimos rodeados de mentiras (muchas ajenas, pero algunas propias, cómo no) y en esa medida hemos llegado a formas de convivencia con ellas. Desde las mentiras veniales hasta las mentiras delictivas, pasando por las mentiras piadosas. Si todos dijeran solo la verdad, no podríamos vivir en sociedad.
Pero una sociedad en la que el número de los que mienten excede cierta cota también tendrá problemas para mantenerse en funcionamiento. El lenguaje público pasaría a ser una actividad paradójica. Todo intercambio seguiría la norma de, como en el tango que hizo famoso Carlos Gardel, “Hoy un juramento, mañana una traición”.
Las verdades generadas por la TV del espectáculo, la verdad de la muchacha y las de todos los realities, gustan porque están llamadas a esfumarse, casi en el instante mismo en que aparecen. Su esencia es el primer impacto que se produce en la transgresión del secreto, como en la calatería que expenden paparazzi y medios picantes.
Es más o menos lo que sucede con los congresistas que han mentido en sus hojas de vida. Aunque en esto es evidente que no interesa tanto la verdad en sí misma, sino el que los sujetos hayan mentido. Pero una vez que su verdad de traferos ha sido ventilada y han sido sancionados por mentirosos, vuelven a ser cada uno un congresista como cualquier otro.
Luego tenemos otro manejo del tema de la verdad, donde sin sutileza alguna se considera que una versión de la cual se discrepa en considerada una mentira. Por ejemplo, cuando los fujimoristas descalifican de plano las sentencias de un Poder Judicial, cuya legitimidad constitucional sin embargo no se atreven a desconocer.
Un país tan preocupado por la seguridad ciudadana debería tomar en cuenta que prácticamente todo delito viene envuelto en una mentira. En esa medida el espectáculo de la verdad rentada ante cámaras no parece ser una lección en la dirección correcta.

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JAIME ESPEJO ARCE