lunes, 19 de agosto de 2013

La batalla de la memoria

María Angélica Illanes, una de las mejores historiadoras actuales, publicó entre otras obras La batalla de la memoria, (Edit. Planeta) que, a mi modo de ver, no pierde nunca vigencia, pues los países que no tienen memoria carecen de dignidad y de identidad como pueblo. Nada es más vano que olvidar el pasado y creer que Chile nació con nuestra generación. Por cierto, hay mucha agrupaciones políticas y personas individuales a las cuales les conviene el olvido.

A los dirigentes de derecha, para comenzar, no les agrada que se les recuerde que apoyaron una tiranía criminal y para más remate ladrona. La catadura moral de los miembros de la junta de gobierno y sus secuaces no pudo haber caído más en el lodo de la bajeza y miseria a que un ser humano puede llegar.

Por otra parte, a los democratacristianos – fundamentalmente el sector freísta – la memoria histórica los acusa, y con razón, de haber colaborado activamente con la junta militar durante los primeros años, cuando se asesinaba, torturaba y exiliaba a miles de chilenos. En tanto los pocos honestos y valientes dirigentes del Partido que condenaron la dictadura no lograron salvar a su Partido del baldón ante la historia.

Otro grupo está integrado por dirigentes de la Concertación que, en veinte años, no sólo acogieron y profundizaron el legado económico del dictador Pinochet, sino que también se prestaron para salvarlo de la justicia internacional por crímenes de lesa humanidad.

La memoria histórica es implacable: siempre está presente para recordar la ignominia de las castas dirigentes, que aplican la represión para acallar el clamor de los movimientos sociales por una vida digna; por ejemplo, la Matanza de Santa María de Iquique siempre caerá sobre Pedro Montt, Rafael Sotomayor y Silva Renard y el Seguro Obrero sobre el demagogo Arturo Alessandri Palma.

Personajes de la Concertación – que hoy se llama Nueva Mayoría, tal vez para ocultar el rechazo que provocan sus prácticas mafiosas, la transacción con la derecha y la continuidad de la tiranía del mercado, hechos que llevaron a que el pueblo los expulsara del poder – como Eduardo Frei Ruiz-Tagle, cuyo prontuario de servilismo con el dictador da cuenta de los siguientes hechos. El y su familia contribuyeron con sus joyas para la llamada “reconstrucción del país”; salvó al hijo de Pinochet de probados delitos económicos, pretextando una institución monárquica, como “la razón de Estado”; presionó a los diputados democratacristianos para que votaran en contra de la acusación constitucional contra el comandante en jefe del Ejército, Augusto Pinochet, en ese tiempo senador vitalicio.

Otro de los personajes es Patricio Aylwin. Le propinó una cachetada a Salvador Allende al calificarlo como mal político y, en cambio, alabó a Augusto Pinochet como un general ladino, que poco menos que salvó la transición democrática durante su gobierno.

José Miguel Insulza, un socialista que, para vergüenza de su Partido, defendió, junto con Frei, al dictador cuando estaba preso en Londres y lo salvó de la cárcel, que bien se merecía, gracias a gestiones directas con el gobierno laborista – en ese entonces en el poder – so pretexto de falsa enfermedad y de que los tribunales chilenos juzgarían al genocida – lo cual constituía una gran mentira.

Edmundo Pérez Yoma, ministro del Interior de Michelle Bachelet, íntimo amigo de Pinochet – cuando fue ministro de Defensa – con quien compartía chistes subidos de tono, también presionó a su Partido llevándolo a una conducta servil respecto al dictador.

La lista de lustrabotas concertacionistas es larga y no quiero aburrirlos.

El 11 de septiembre recordaremos los 40 años del golpe militar y, muchos de estos personajes rendirán homenaje a Salvador Allende y a los chilenos que fueron fusilados, torturados y desaparecidos y, con sorprendente frialdad y falta de autocrítica, estarán en la primera fila de los “combatientes por la democracia”.

Afortunadamente, la batalla de la memoria nunca termina y no nos callaremos mientras haya represión e injusticia en nuestro país – ni perdón ni olvido -.

Rafael Luis Gumucio Rivas

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