martes, 25 de febrero de 2014

La divertida historia de uno de los creadores de Twitter

HERNAN CASCIARI
Desde hoy Mark Zuckerberg, el chico que inventó Facebook en una habitación de Harvard, será el tercer hombre más rico del mundo. Y la prensa tradicional estará un par de semanas hablando del tema sin parar: juventud más riqueza igual éxito, dale que dale, hasta que nos quede claro. Me acordé de una charla que tuvimos con Chiri en 2010, cuando empezábamos a hacer la revista. Hablábamos de la diferencia entre cumplir un sueño y hacer dinero.
—El problema es que después los diarios enfocan mal esas historias y la gente cree que lo importante de esa noticia es el dinero —me decía Chiri, y tenía razón.
Nadie titula en los diarios “un muchacho fue muy feliz desarrollando una idea porque soñaba con eso”. ¡No señor! La prensa solo informa cuando el negocio es fastuoso, y únicamente dice cuánto dinero ganó el chico. Y esa cifra, siempre obscena, empaña todo lo demás.
Concluíamos la charla con una teoría: por culpa de una prensa exitista y torpe, la gente envidia los millones y quiere ser millonaria, y nunca nadie envidia los sueños y quiere ser feliz.
Eso mismo pasará con Mark Zuckerberg desde esta tarde, cuando Facebook salga a bolsa y el chico, de veintiocho años, se convierta en multimillonario. Mark personificará la fábula errónea del éxito.
A mí Zuckerberg me cae muy bien, pero no porque sea millonario, sino porque tuvo una idea encerrado en su habitación y le salió redonda. Y si alguna vez tuviéramos que contar una historia sobre él en la revista, no sería sobre su cuenta bancaria, sino sobre por qué se puso a dormir la siesta en su casa vestido con el atuendo de Racing de Avellaneda.
Pero no. En el próximo número de Orsai, que sale los primeros días de junio, no vamos a contar la historia de Mark Zuckerberg, ni la de ningún otro muchacho que se ha hecho rico con su invento digital revolucionario. Vamos a contar la historia de Evan Henshaw-Plath, el creador de Twitter.
—¿Y no es lo mismo? —preguntará el lector.
—No. No es lo mismo.
—¿Por qué? Si Twitter es otra de esas empresas monstruosas que valen millones en la bolsa...
—Eso es verdad —diremos—, pero la historia de su creador es mucho más divertida. Para empezar, esta es la cara de Evan.
Siempre se ríe.
Desde hace un par de meses, Evan es nuestro nuevo ídolo. Lo descubrimos por casualidad, porque no suele aparecer en los diarios. Su historia es mágica: este norteamericano simpático creó Twitter junto a un grupo de amigos, en 2004. Después se fue de viaje, conoció a una uruguaya, se enamoró de ella y pasó una temporada en Montevideo.
Allí recibió un mail de sus socios, donde le decían que el invento estaba funcionando cada vez mejor. Le dijeron que había que hablar con abogados, hacer trámites, etcétera, para convertir la idea en la gallina de los huevos de oro. Pero Evan no tenía ganas de viajar a California, ni de hablar con gente de corbata, ni hacer todo ese esfuerzo. Tenía fiaca. Le daba pereza. Estaba enamorado, quería quedarse donde estaba.
Entonces Evan, por mail desde la costa uruguaya, en patas y en camiseta, le vendió sus acciones de Twitter a uno de sus amigos. Le vendió todas sus acciones por 7.000 dólares, y se compró una Volkswagen Parati.
Un autito para viajar y relajarse.
Cinco años después sigue en Uruguay, con esa misma uruguaya que ahora es su esposa y con dos hijos. Se ríe y es feliz. ¿No es maravillosa esta historia? ¿Por qué carajo no salen en los diarios noticias así?
Como por suerte Orsai no es un diario, nos fuimos a Montevideo a charlar con Evan. No sabíamos que su entrevista se publicaría justo al mismo tiempo que Zuckerberg se convierte en un superhéroe del dinero. Fue casualidad, pero nos gustan esas casualidades. Evan es nuestro verdadero héroe. Es el que prefiere relajarse y tomarse la vida con calma.
En un momento de la entrevista le preguntamos si alguna vez pensaba en todo el dinero que pudo haber ganado.
—Pocas veces pienso en eso —nos dijo—. Unos meses después de vender las acciones leí que la empresa ya valía dos millones de dólares, y no me preocupé. Cuando me dijeron que andaba por los doscientos millones, dije ‘pah’. Y ahora, que vale diez mil millones… —hace una pausa y suelta una carcajada—. Qué sé yo... Francamente, en ese momento fue la mejor decisión que podía tomar. Estaba feliz y lo estoy ahora. No tengo que trabajar en algo que no me gusta para ganar plata.
Si el mes que viene, lector, sentís que el tema Zuckerberg empieza a ocupar todos los titulares de los diarios, las radios y la tele, acordate que existe la Orsai N7. En las primeras diez páginas de la revista te vamos a contar la vida de Evan Henshaw-Plath, el yanqui treintañero que pudo haber aparecido, hoy, en el top ten de los hombres más ricos del mundo, pero eligió estar tirado panza arriba en la costa uruguaya con su mujer y sus hijos, cagándose de la risa.

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